Hoy, maldito hoy. Es uno de esos días en los que el mundo se te viene encima, uno de esos días en los que no aguantas toda la presión de tu vida. Miras por la ventana y ves a cientos de personas distintas, con vidas distintas, sin saber en lo que estarán pensando, pero estás segura de que están en mejores condiciones que tú. Y es entonces que deseas salir corriendo, no importa a dónde, sólo correr...mirando hacia el frente, hacia el horizonte, intentando alcanzarlo mientras con cada zancada te olvidas de todo lo que te aprieta el corazón. Pero te das cuenta de que es imposible, no tienes edad, medios ni fuerzas para dejarlo todo atrás y no te queda otra que aguantar unos años más.
Sin ganas, aparentando que nada te importa, que el gris del cielo no te entristece, que tu futuro inseguro no se te echa encima haciéndote cada vez más pequeña, sales a la calle en busca de sosiego. Pero es una farsa. En el fondo todo te cala dentro, el gris del cielo te consume la alegría y ves llegar tu futuro a una velocidad de vértigo mientras sientes que no puedes hacer nada para frenarle e intentar cambiarlo.
Como último recurso te colocas los cascos en las orejas para evadirte un poco del mundo, pero contra todo pronóstico eliges una canción que hacía mucho tiempo que no escuchabas, que creíste haber olvidado, pero no es así, te acuerdas de ella de principio a fin. Casualmente es la canción más deprimente de tu mp3, pero qué importa, con ella te sientes identificada y te gusta andar al ritmo que marcan sus tristes notas.
Escuchando la misma melodía una y otra vez, das vueltas por el barrio, recorriendo los mismos rincones de siempre, observando las caras de la gente con la que te cruzas...¡qué sorpresa! También son las mismas de siempre. Este sentimiento de aburrimiento y monotonía no ayuda a que te sientas mejor, así que ya, completamente hundida decides volver a casa. En la calle no hay nada para ti.
Subes al ascensor y te miras al espejo durante el trayecto de éste hasta tu piso. ¿Qué cara es esa? Ni tu misma te reconoces en el espejo, te ves rara, quizá fea, demasiado normal...marchita.
Cuando por fin entras a casa vas directa a tu habitación. Esperanzada, coges el móvil y lo observas durante unos segundos. ¡Un mensaje! ¿Será posible que algo vaya a cambiar, por pequeño que sea? Era de esperar, los únicos que se interesan en ti son las otras compañías telefónicas, era un mensaje de información.
Tras la decepción en el móvil decides probar suerte en el ordenador, pero tampoco. Nadie interesante conectado, ningún mensaje nuevo en el correo electrónico...
Te asomas por la ventana de nuevo, ¿pero qué ves? De noche, las 7 y media y ya es de noche. Sucumbes a una nueva oleada de depresión por lo que, ya cansada de todo, te acercas a la nevera y coges lo primero que encuentras, no importa cuánto engorde, y te lo comes. Seguidamente después te metes a la cama e intentas dormir, no tiene sentido alargar más este día.
Las 7 de la mañana, acaba de sonar el despertador, inocentemente mantienes la esperanza de que la amargura del día anterior haya desaparecido. Te lavas, te vistes, desayunas y sales a la calle de nuevo camino del instituto. No puede ser, el mismo gris del día anterior se ha instalado en el cielo, aparentemente para quedarse un buen tiempo, además esta vez viene acompañado por el viento y el frío...Empieza bien el día. Llegas a clase y por primera vez en todo el curso, la profesora de física llega puntual. Minuto tras minuto...miras el reloj pero el tiempo parece haberse parado.
Después de 3 largas horas escuchando a viejos profesores hablar sobre temas completamente distintos, pero igual de aburridos, llega la hora del recreo. Un respiro quizá...
Abres la pesada puerte de salida del instituto y haces un gesto porque el sol te molesta en la cara. Sigues andando y...Espera, ¿el sol? ¡Sí, es el sol! Semanas sin ver sus rayos pero por fin ha vuelto. De repente, una energía que ayer creías haber perdido para siempre, vuelve a inundar cada centímetro de tu cuerpo y una sonrisa comienza a dibujarse en tu cara. Algo más alegre, levantas la vista y contemplas a tu grupo de amigos llamándote con la mano. La sonrisa antes tímida, ahora sale radiante, parece que has olvidado toda la tristeza de ayer.
Las siguientes horas se te pasan volando, entre risas y planes para esta tarde. Sin darte cuenta ya son las 2, toca volver a casa. El sol vuelve a calentar tu piel por el camino, entras, coges el ascensor y a diferencia de ayer, hoy te ves genial, ¿será la sonrisa? Quién sabe...De nuevo llegas a tu habitación, vuelves a coger el móvil. Dos llamadas perdidas...¿Telefónica? ¡No! Es él...llevabas meses esperando esa llamada y al fin había llegado. ¿Puedes pedirle algo más al día?
No, ha sido fantástico.
En todas las vidas hay días malos...también días peores, pero gracias a esos días somos capaces de apreciar los mejores, que tarde o temprano siempre llegan. Aprende a convivir con la tristeza pues ella te guiará a la alegría.
Sin ganas, aparentando que nada te importa, que el gris del cielo no te entristece, que tu futuro inseguro no se te echa encima haciéndote cada vez más pequeña, sales a la calle en busca de sosiego. Pero es una farsa. En el fondo todo te cala dentro, el gris del cielo te consume la alegría y ves llegar tu futuro a una velocidad de vértigo mientras sientes que no puedes hacer nada para frenarle e intentar cambiarlo.
Como último recurso te colocas los cascos en las orejas para evadirte un poco del mundo, pero contra todo pronóstico eliges una canción que hacía mucho tiempo que no escuchabas, que creíste haber olvidado, pero no es así, te acuerdas de ella de principio a fin. Casualmente es la canción más deprimente de tu mp3, pero qué importa, con ella te sientes identificada y te gusta andar al ritmo que marcan sus tristes notas.
Escuchando la misma melodía una y otra vez, das vueltas por el barrio, recorriendo los mismos rincones de siempre, observando las caras de la gente con la que te cruzas...¡qué sorpresa! También son las mismas de siempre. Este sentimiento de aburrimiento y monotonía no ayuda a que te sientas mejor, así que ya, completamente hundida decides volver a casa. En la calle no hay nada para ti.
Subes al ascensor y te miras al espejo durante el trayecto de éste hasta tu piso. ¿Qué cara es esa? Ni tu misma te reconoces en el espejo, te ves rara, quizá fea, demasiado normal...marchita.
Cuando por fin entras a casa vas directa a tu habitación. Esperanzada, coges el móvil y lo observas durante unos segundos. ¡Un mensaje! ¿Será posible que algo vaya a cambiar, por pequeño que sea? Era de esperar, los únicos que se interesan en ti son las otras compañías telefónicas, era un mensaje de información.
Tras la decepción en el móvil decides probar suerte en el ordenador, pero tampoco. Nadie interesante conectado, ningún mensaje nuevo en el correo electrónico...
Te asomas por la ventana de nuevo, ¿pero qué ves? De noche, las 7 y media y ya es de noche. Sucumbes a una nueva oleada de depresión por lo que, ya cansada de todo, te acercas a la nevera y coges lo primero que encuentras, no importa cuánto engorde, y te lo comes. Seguidamente después te metes a la cama e intentas dormir, no tiene sentido alargar más este día.
Las 7 de la mañana, acaba de sonar el despertador, inocentemente mantienes la esperanza de que la amargura del día anterior haya desaparecido. Te lavas, te vistes, desayunas y sales a la calle de nuevo camino del instituto. No puede ser, el mismo gris del día anterior se ha instalado en el cielo, aparentemente para quedarse un buen tiempo, además esta vez viene acompañado por el viento y el frío...Empieza bien el día. Llegas a clase y por primera vez en todo el curso, la profesora de física llega puntual. Minuto tras minuto...miras el reloj pero el tiempo parece haberse parado.
Después de 3 largas horas escuchando a viejos profesores hablar sobre temas completamente distintos, pero igual de aburridos, llega la hora del recreo. Un respiro quizá...
Abres la pesada puerte de salida del instituto y haces un gesto porque el sol te molesta en la cara. Sigues andando y...Espera, ¿el sol? ¡Sí, es el sol! Semanas sin ver sus rayos pero por fin ha vuelto. De repente, una energía que ayer creías haber perdido para siempre, vuelve a inundar cada centímetro de tu cuerpo y una sonrisa comienza a dibujarse en tu cara. Algo más alegre, levantas la vista y contemplas a tu grupo de amigos llamándote con la mano. La sonrisa antes tímida, ahora sale radiante, parece que has olvidado toda la tristeza de ayer.
Las siguientes horas se te pasan volando, entre risas y planes para esta tarde. Sin darte cuenta ya son las 2, toca volver a casa. El sol vuelve a calentar tu piel por el camino, entras, coges el ascensor y a diferencia de ayer, hoy te ves genial, ¿será la sonrisa? Quién sabe...De nuevo llegas a tu habitación, vuelves a coger el móvil. Dos llamadas perdidas...¿Telefónica? ¡No! Es él...llevabas meses esperando esa llamada y al fin había llegado. ¿Puedes pedirle algo más al día?
No, ha sido fantástico.
En todas las vidas hay días malos...también días peores, pero gracias a esos días somos capaces de apreciar los mejores, que tarde o temprano siempre llegan. Aprende a convivir con la tristeza pues ella te guiará a la alegría.